Al cálido abrazo de la prodigiosa voz de Sandra Mihanovich
Afuera de las puertas del Teatro Municipal “Ignacio A. Pane” un frío como nunca antes cubría la noche. Pero adentro del emblemático recinto, como un manto de estrellas luminosas, la voz de Sandra Mihanovich era un cálido abrazo a un público emocionado. Ella vino no solo a poner el cuerpo, sino alma, corazón y gratitud. Con sus historias en forma de canciones y con su altura a la hora de recibir a músicos paraguayos de igual a igual, se llevó una ovación que resuena hasta hoy.
“Abro mis manos y encuentro todo lo que quiero dar…” reza una parte de “Poner el cuerpo”, la canción con la que la artista argentina Sandra Mihanovich comenzó un recorrido emocional poderoso, anoche en el Teatro Municipal “Ignacio A. Pane”, acompañada de una banda de ensueño, integrada por Sol Mihanovich (guitarra y coros), Nicolás Sánchez (guitarra), Matías Onzari (bajo), Rodrigo Genni (batería), Iván “Vane” Mihanovich (piano y coros) y Julián López (trompeta).
Sandra, sencilla, de sonrisa y voz gigante, con pantalones y blusa holgada, un chal y sus cabellos acariciando sus hombros, recorrió el escenario de punta a punta con su entereza y el carácter de su personalidad. Entre dulzura y poder es todo lo que carga en una voz que atraviesa.
Luego de comenzar poniendo el cuerpo, algo que definió el resto del concierto, siguió con “Me contaron que bajo el asfalto”, que dedicó a la “mujer paraguaya que reconstruyó este país y al varón paraguayo que la acompañó”.
Entre aplausos que empezaban incluso antes de que las canciones terminaran, Sandra agradecía con los brazos en alto o las manos cerca del pecho, como un rezo, abrazando el micrófono, su arma de batalla. Con ello, dijo que el concierto estaría integrado por canciones románticas, pero también algunas que hablan de otras cosas. Finalmente, invitando a disfrutar de eso que nos unió, la música.
Así llegó “Nadie nos vio”, en tanto ella extendía sus brazos, alargaba la mirada y su voz se alzaba gigante, su presencia se abrazaba con las luces y parecía tocarnos, llegaba a todos, a cada corazón presente. Llegaba a cada ser que regalaba su aplauso o que soltaba lágrimas, que se mezclaban con sonrisas.
Así llegó “Nadie nos vio”, en tanto ella extendía sus brazos, alargaba la mirada y su voz se alzaba gigante, su presencia se abrazaba con las luces y parecía tocarnos, llegaba a todos, a cada corazón presente. Llegaba a cada ser que regalaba su aplauso o que soltaba lágrimas, que se mezclaban con sonrisas.
Emociones a flor de piel
“Como el juez a la verdad” y “Por tu ausencia” en un “mix” con “Corazón partío” siguieron en la noche, mientras que Sandra y la banda hacían su propio conjuro, con una pócima llena de ingredientes como la sutileza de canciones que dicen hasta lo más dramático pero con la mejor poesía posible, para endulzarnos incluso de forma elegante.
Mientras presentaba a sus músicos, como a su sobrina Sol y a su hermano Vane (papá de Sol), la gente no paraba de aplaudir con sobrada emoción, Sandra tampoco podía parar de agradecer los gritos de “¡Te quiero!”, “¡Ídola!”, “¡Gracias!”. Es que ese sentir de gratitud es algo que podía notarse cómo emanaba de ella y del público, en un intercambio que sin dudas nutría y desembocaba en el brillo de su canto y en la simpleza de su espíritu.
“Como el padre sol (Hagamos el amor)” hizo que la cantante destilara toda la gallardía del deseo y el romance. Los matices de su asombroso registro no solo nos mostraban sus cualidades de correcta entonación en cada nota de la escala, sino que nos hablaba también de cómo sus sentires podían ser plasmados a la perfección en los diferentes colores y emociones. Sandra rugió, casi como conteniendo a todo el reino animal librando una batalla.
Y seguimos con el amor, porque “es lo más grande que hay”, afirmó Mihanovich, luego de respirar, tomar aire, agua, y seguir como si todo lo que hiciera vocalmente fuera lo más sencillo. Pero es que todo ella tambien lo acompaña con el cuerpo, con ese cuerpo que sabe hay que poner y del cual sacar la fuerza.
“Dame un minuto más de ti” y “Vuele bajo”, siguieron en el repertorio, que se preparaba para entregar sorpresas, casi como secretos a voces. Sandra tenía en el bolsillo un arsenal de momentos con los que supo cerrar un círculo de amor con los paraguayos.
Varios cantantes compatriotas aparecerían sobre el escenario y ella les dio no solo la oportunidad de cantar creaciones de cada uno, sino que Sandra misma se puso el desafío de conocer estas obras e incluso, en varios casos, cantar en guaraní.
Llegó así la primera invitada, la gran Andrea Valobra, quien trajo lo mejor de su caudal en una noche donde las emociones no paraban de crecer a borbotones. Así fue también esta parte, donde pasaron del summum del romance y la dulzura de “Mis noches sin ti” a la total locura de “Mil veces lloro”.
A viajar en el tiempo, en una enorme nave imaginaria donde las canciones eran el principal vehículo, nos invitó Sandra. Así, en plan de volver a pensar en momentos que marcaron épocas, suplicó “Quereme… tengo frío”.
Lazos indelebles
Pero el frío, que afuera era real, ahí adentro fue solo un concepto. Uno bastante irreal, más aún cuando entraron al escenario Jennifer Hicks y Miguel Narváez, de Purahéi Soul, y como un vendaval arrasaron con su energía candente.
Con “Marina”, que Miguel escribió a su madre fallecida, los ojos de más de uno se pusieron brillosos, y de estar sumidos en esa nostalgia, nos dijeron que vayamos hacia el ritmo contagiante de “María, María”, sacudiendo con intensidad nuestros corazones, y haciéndonos saber que la vida se compone de todo tipo de momentos.
“Sin tu amor” y “Todo brilla” nos confirmaban eso, que vivir se trata de atravesar vicisitudes y placeres, que lo mejor que podemos hacer es sentirlo todo al máximo, así como en este concierto, un gran recordatorio de lo importante que es agradecer estar vivos y vivir a pleno.
En clave de celebración, ternura y cariño, llegaron Néstor Ló y Edu Martínez, a compartir con Sandra ese canto alegre pero tan melancólico a la vez, que es “Mamama”, una oda a los recuerdos de esa persona especial que lo dio todo por nosotros, que ofreció ese “cariño tan particular”. Puede ser una abuela, una madre, o alguien que nos quiso sin condiciones.
“Para mí esto es un regalo”, exclamó Mihanovich, abrazándose a Néstor y agradeciendo la presencia de ambos, mientras Edu se calzaba una guitarra eléctrica para que casi suenen todas las alarmas de incendio con “Puerto Pollensa”. El público no solo aplaudió sino que se desdobló en gritos de emoción por esta colaboración, que plasmó todo ese deseo de ese amor prohibido que venció miedos.
De esa adrenalina que tenía a todos al borde de sus asientos, de repente, todos salieron de escena. Sandra, piano y luces quedaron solos. Y la voz subió por los cielos con “Todo me recuerda a ti”. Sandra cantó y era eso el todo. Una gran voz, todo un cuerpo entero expresándose, toda una geografía emocional extendiéndose sin parar, conquistando nuestras almas, invitándonos a vivir en esos territorios tan variados.
Entre un silencio de hipnosis y la exaltación, por cómo dejó Sandra a la audiencia, tuvo que aclarar que de ahora en más todo sería “pum para arriba”, entre risas y ya anticipando la recta final, que llegaba con “Es la vida que me alcanza”, mientras la gente aún atónita no quería dejar que este momento terminase.
“¡Me falta una canción!” afirmó Sandra, tras escuchar los gritos del público, y luego de amagar una despedida, arremetió con “Soy lo que soy”, que fue recibida con una ovación, algunas banderas LGBT ondeando en las plateas y muchas caras de gratitud. Y en esa misma línea, de decir sin miedo que uno a mucha honra es lo que es, sonó “Honrar la vida”, sumiendo nuevamente al público en un clímax emocional sin igual.
Esa celebración final se hizo presente con todos los invitados en el escenario, volviendo a entonar “María, María” y todo el público de pie, ovacionando, bailando, cantando, aplaudiendo, llorando, realmente poniendo el cuerpo, honrando a la música que definitivamente es vida.